Germán nació en una familia acomodada, estudió en buenos colegios y desde pequeño le inculcaron los dogmas de la Iglesia Católica. Con el tiempo su inquieta mente le perturbaba en los ratos libres, dudaba pero no creía que todo el mundo pudiera mentirle; sentía una vaga e ingenua seguridad. Inconscientemente sus dudas fueron aumentando, aunque él no lo quisiera reconocer, hasta que finalmente un día vió que era demasiado tarde. Ya nada quedaba de ese mundo prometedor, y menos todavía de ese sentido, aunque confuso, que le otorgaba… ¿qué coño le otorgaba? pues eso, sentido.

Más tarde leyó a Hume, a Nietsze, a Popper, al gran Hesse, vagamente a Kant… y por alguna de aquellas, le dió por ser Escéptico. Empezó a juzgar todo con ojo crítico, a dudar de la duda en sí, a basar sus opiniones en las evidencias y a criticar, a veces cayendo en el exceso, a las pseudociencias y demás pensamientos “mitológicos”.

Así vivió unos años más, hasta que, aunque podría haber terminado por suicidarse si se hubiera atrevido, murió de alguna enfermedad o accidente.

En ese mismo instante del tiempo, o de toda la eternidad, en algún lugar del espacio o más hallá de éste y del vacío que queda después; tuvo lugar la siguiente inaudible conversación:

– Hola Germán, has llegado por fín.
– ¿Dónde estoy, cual es este lugar?
– Ya no estás ni dejas de estar, ya no has estado ni estarás nunca más.
– ¿He muerto? ¿Eres Dios? ¡No puede ser, había algo después! ¡No creí que pudiera ser, no podía creer!
– ¿No pudiste creer? No quisiste o no te atreviste. Preferiste aferrarte a lo que debías pensar, a lo que estaba en tus manos poder demostrar. Así tu ego estaba tranquilo, no era culpa tuya acertar o errar. Pero a costa de ello has perdido muchas cosas: no has deleitado los misterios de la espiritualidad extraterrenal, no has vivido el amor verdadero, no has encontrado una lucha digna por la que entregar tu vida entera. Has tachado a quien tuviera fe en alguna cosa de pobre ignorante feliz. Tampoco has sabido aportar algo de ti, buscar lo que tuvieras dentro que no necesitaras pruebas de ello. Y pese a quejarte y quejarte de la vida que te habían regalado, no tuviste el valor de terminarla.

Germán reflexionó durante un tiempo, pero no sabemos lo que contestó…